INTRODUCCIÓN
Debo confesarles que nunca he sido fanático (y jamás seré), ni amante de la música antillana, mas aún que salieran bodríos como el reggetón, el latin-pop, la salsa casino y derivados. Más allá de eso, deben saber que no estoy muy interesado en el ritmo dominicano conocido como merengue. El merengue de los 80, cuando no es abominable como el de el infame Wilfrido Vargas (El creador del el detestable Baile del Perrito, antecesor del nefasto reggetón con su peculiar y grotesco estilo de baile conocido como perreo y/o sandungueo) y amigos, es en todo caso extremadamente formulaico, y súper-aburrido como, qué se yo, Rubby Perez, Sergio Vargas, Bonny Cepeda, Johnny Ventura, Elvis Crespo, Proyecto 1 las Chicas del Can y hasta los paisanos míos de Omar Enrique, Roberto Antonio y Miguel Moly me parecen recontrarrequetesuper aburridos. Vivimos en una época nefasta en la cual las cantantes y los cantantes isleños ya no son artistas verdaderos sino productos industriales cuidadosamente diseñados en base a ciertos prototipos en las usinas creativas de las monopólicas empesas discográficas. Nos pueden vender que Daddy Yankee es la antítesis de Ricardo Arjona pero yo no compro: es más o menos lo mismo en distinto envase. Porque la música es la misma cosa formulaica, robótica y vacua de siempre. Atractiva para los oídos la primera vez; buena para una fiesta de 15 años, una boda, una reunión familiar quizás o para un remix de vuelta a casa. Pero HASTA AHÍ. Y entonces seguirán saliendo estos engendros industriales: Don Omar, Mr Brian, Tego Calderón, Yasuri Yamileth, Fulano, La Factoría, Shakira (quien empezó más o menos bien pero terminó vendida y con el pelo teñido de rubio) Toda esa gente de pacotilla, haciendo su música y ganándose todos los grammys. Lamentable. Continuar leyendo «Juan Luis Guerra»